UN ENSAYO SOBRE LOS CONCEPTOS DEL BIEN Y DEL MAL EN LA LITERATURA GÓTICA TENEBRISTA
Por Ignacio González Sarrió
Los conceptos de Bondad y
maldad, del bien y del mal, han sido una constante fuente de inspiración para
la literatura de todos los tiempos. Son conceptos íntimamente ligados a la
naturaleza del hombre, de hecho la crueldad o por el contrario la bondad o el
altruismo, son conductas únicamente atribuibles al género humano. Quizás
es por ello que, supone un atractivo
difícil de eludir para cualquier escritor que se quiera adentrar en los
entresijos de la psique humana. Este ensayo trata de relacionar tres obras
literarias, la primera es considerada la pionera de la llamada literatura
gótica de ciencia ficción (principios del siglo XVIII), la segunda es a su vez
pionera de la llamada “novela negra” (finales del XVIII) y la tercera
referencia se adentra en el género infantil de los cuentos de hadas (mediados
del XVIII). Me estoy refiriendo a “Frankenstein; el moderno Prometeo” de Marie
Sally; “El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hide” de Robert Louis Stevenson; y
por último, de “La bella y la Bestia” de
la escritora
francesa Gabrielle-Suzanne Barbot de Villeneuve, escrito en 1740 y cuyas raíces
se hunden en las narraciones de los cuentos de hadas populares europeos,
transmitidos todos ellos desde tiempos remotos a través de la tradición oral.
¿Pero que tiene en común todos ellos?, ¿qué análisis podemos extraer de
cada uno y qué relación tienen entre ellos si la hubiera?.
En el caso de “Frankenstein; el moderno Prometeo” de Marie Sally, un joven de la alta
burguesía centro europea “Víctor Frankenstein” se siente irremediablemente
atraído por la ciencia aplicada a la naturaleza humana. La historia relata cómo
el joven y brillante estudiante, después de haber recorrido los límites de la
ciencia, imbuyéndose primero en la alquimia y más tarde en los poderes de la
electricidad y la química (no olvidemos
que el relato se sitúa a principios del siglo XVIII, un periodo convulso para
la humanidad, el inicio de la revolución industrial, la ruptura con un viejo
concepto del hombre supeditado a dios y el inicio de uno nuevo centrado en la
ciencia y en la tecnología, que le llevará a un nuevo determinismo, el
biológico), termina por obsesionarse hasta la enfermedad por llegar a dotar
de vida a la materia inerte. Sus experimentos le aíslan completamente de la
sociedad y sus semejantes, para él solo existe alcanzar el éxito -nos muestra el proceso de degeneración
propio de las enfermedades mentales, detallando de forma pormenorizada las
consecuencias de su obsesión en todos los ámbitos, su conducta, alimentación ,
relaciones sociales, familiares y académicas se ven afectadas radicalmente.-
En su frenesí investigador pierde el contacto con la realidad e incluso con
la finalidad última de su experimento. Finalmente logra su objetivo y consigue
dar vida a un engendro semi-humano, un monstruo. Ese monstruo, del cual nada
más despierta renegando y huyendo de él y que le perseguirá en sus sueños hasta
la extenuación y la enfermedad, es la encarnación del mal. Nos encontramos así
ante la eterna dualidad del bien y del mal, encarnada en un ser antinatural que
surge de la prepotencia y la soberbia de un hombre que se atreve a retar a las
leyes naturales, dando vida a un ser que ya no pertenecía al mundo de los
vivos.
De esta forma la autora presenta el binomio del bien y del mal de forma
externalizante, es decir, ajena a la propia naturaleza humana, pero internamente
relacionada con la misma pues no olvidemos que es fruto de ella.
No obstante, a medida que avanza el
relato y la angustia del protagonista aumenta al tomar consciencia de su acto
creador y, por consiguiente responsable de las atrocidades que comete el
monstruo, nos encontramos con que esa línea divisoria que un principio parecía
claramente definida y que separaba el bien (encarnado en Víctor) y el mal (encarnado
en el monstruo), no es en absoluto una línea tan clara sino que por el
contrario parece perderse, difuminarse e incluso desaparecer por momentos. El
monstruo no es un ser despiadado, sino solitario, indefenso y carente de
afecto, acosado vaga errante e ignorante por un mundo al que él no ha pedido
venir y al que su creador lanza cruelmente condenándolo al ostracismo y la
ignominia.
Así pues, presenciamos como el bien y el mal no son antagónicos, sino que
pueden coexistir de forma natural en un mismo ser y por ello, tanto Víctor como
su creación, son capaces ambos de amar y de odiar, de vivir y de matar, de
crear y destruir, ambos poseen las mismas necesidades, ambos desean la paz pero
solo obtienen la desgracia.
En el segundo relato, el “Dr. Jekyll y Mr. Hyde” nos muestra una metáfora
perfecta del llamado “Trastorno disociativo de la personalidad” o “personalidad
múltiple” en el que dos entidades distintas conviven en un mismo individuo. En
este caso es el Dr. Jekyll el que impulsado por el deseo de obtener una versión
mejorada de sí experimenta consigo mismo
una pócima que le provocará una terrible transmutación, un cambio radical de su
personalidad, convirtiéndole en un despiadado asesino. Esta visión disociada de
la personalidad permite de nuevo mostrar los dos conceptos del bien y mal de
forma antagónica y totalmente escindida, de forma que los horrores cometidos
por Hyde no se pueden atribuir a Jekyll dado que él nunca sería capaz de
llevarlos a cabo, en su estado normal (imputabilidad). Sin embargo, y en
realidad, la pócima no es más que un catalizador de sus pulsiones agresivas y
destructivas, Mr. Hyde es al fin y al cabo el Dr. Yekyll y viceversa, una
proyección de sus más bajos instintos reprimidos. De nuevo nos encontramos con que esa línea
divisoria, esa frontera entre el bien y el mal, se diluye y desaparece
mostrándonos que ambos conviven en el mismo individuo.
Por último, la Bella y la bestia”, nos presenta un ser aparentemente
abominable que obliga a un padre desesperado a entregar a su propia hija siendo
forzada a permanecer recluida en su castillo si quiere la salvación de su
querido padre. No obstante esa bestia, ese animal, se transforma en un ser
sensible y delicado a ojos de su prisionera, (simil del llamado “Síndrome de Estocolmo” en el que los rehenes sufren
un paradójico proceso por el cual se vinculan emocionalmente con sus propios
captores, en gran parte esto se debe a la interpretación que hacen las víctimas
por la cual ven a sus captores como seres todopoderosos, dueños de su destino,
capaces de infligirles el mayor de los daños y que sin embargo se muestran
sensibles, educados y amables, lo que
provoca un sentimiento de redescubrimiento de la persona en una situación de
alto contenido emocional), y se transforma así en su salvador y amante
esposo.
En este caso es la supuesta maldad la que abriga disfrazada la verdadera
bondad de forma idealizada tratándonos de mostrar que la verdadera belleza se
encuentra en el interior. Pero esa
idealización de la bondad no corresponde con la realidad porque como ya hemos
visto, ambas conviven y se alternan sucesivamente en el tiempo en el mismo
individuo, pues nadie puede ser ajeno a los impulsos de destrucción por mucho
que estos se reestructuren, expresen y proyecten en formas más o menos
aceptables para la sociedad y para uno mismo.
Finalmente, y a modo de observación, recomendaría una película “Crash” de
Paul Haggis, de 1996, una película de antihéroes, en la que todos los
personajes, pasan por situaciones en las que, se ven inmersos en decisiones, en
las cuales toman conciencia de su condición humana y por tanto de su capacidad
para cometer cualquier acto tanto altruista y bondadoso como cruel y
destructivo.
Fdo. Ignacio González Sarrió.
Doctor en Psicología Jurídica.
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