un ensayo sobre la Memoria y otras funciones psicológicas.
Por Ignacio González Sarrió.
Cuando se habla de aprendizaje, tanto a nivel coloquial como en círculos psicopedagógicos, se tiende a pensar en la adquisición de conocimientos y de habilidades, no obstante el aprendizaje es mucho más y comprende y abarca todos los niveles y áreas de la vida humana.
Cuando se habla de aprendizaje, tanto a nivel coloquial como en círculos psicopedagógicos, se tiende a pensar en la adquisición de conocimientos y de habilidades, no obstante el aprendizaje es mucho más y comprende y abarca todos los niveles y áreas de la vida humana.
Por otra parte, a medida que vamos “desarrollando
nuestra identidad” como seres humanos únicos, es decir como individuos
particulares, se van acumulando las experiencias fruto de la relación que
mantenemos con el medio en el que vivimos y con las personas que habitan dicho
medio. Esas experiencias y su significado se almacenan en la memoria y conforma
nuestra experiencia vital.
Dicha experiencia vital, es decir, el conjunto de
experiencias, sucesos y acontecimientos vividos da sentido a nuestro ser, a
nuestro auto-concepto y a la forma particular de ver el mundo que cada persona
tiene. Vayamos por partes:
La
forma de sentir y vivir las emociones:
Depende básicamente del sentido que nuestro entorno,
en especial los padres, otorga a las cosas. Es decir, el valor que le dotan a las
emociones, ya sean placenteras y beneficiosas o perjudiciales, de modo
que si el circulo cercano al niño ridiculiza ciertas emociones y fomenta la
represión y el control de las mismas, el niño aprende que mostrar las emociones
es algo malo y lo asocia a debilidad de carácter. Este fenómeno de represión emocional
está directamente vinculado a carencias en habilidades sociales, especialmente
a déficits en la empatía y en comportamientos prosociales.
La
conducta:
El niño, básicamente aprende por imitación (aprendizaje
vicario o modelado), es decir observa a sus modelos de referencia y a sus
iguales, interioriza la conducta y la reproduce. Busca de esta forma ser
aceptado y si le resulta eficaz el nuevo comportamiento (en términos de
funcionalidad) se produce un reforzamiento positivo de la conducta y una
tendencia a la repetición y consolidación de la misma.
Esos principios de funcionalidad (motivación), que
para el niño suponen su prioridad, no son de por si adaptativos ni funcionales
para un contexto adulto.
Creencias
y Valores:
La forma de entender e interpretar las cosas,
la manera de darle valor a los acontecimientos, la estructura que permite
priorizar los intereses del niño. Esta área es fundamental y se encuentra
estrechamente vinculada a lo que le transmite la sociedad y la familia al niño
en el día a día. Valores como la solidaridad, el valor del esfuerzo, la
constancia, la tolerancia a la frustración, el concepto del amor, la
paternidad/maternidad, la forma de pensar (estructuras cognitivas), estilos de
afrontamiento…. Etc, son valores que se adquieren a través del aprendizaje y
constituyen el esqueleto de la personalidad del niño.
Las
actitudes:
O la disposición frente a los demás y
a los acontecimientos de la vida diaria, es decir, la tendencia al optimismo o
al pesimismo, a la crítica constructiva o destructiva, al razonamiento,
análisis y valoración ponderada de las cosas o la impulsividad, frustración e
intolerancia como modo de reaccionar frente a los retos y demandas. Todos estos
aspectos se aprenden, se inculcan, se interiorizan y se ejercitan con la
experiencia.
Las
habilidades, destrezas y aptitudes:
Es decir, todas aquellas capacidades construidas a través
del ensayo y error, que van siendo adquiridas y perfeccionadas con la
experiencia y que tiene un componente experimental. Como son el manejo de
herramientas e instrumentos, control del medio, del propio cuerpo, o la adquisición
de conocimientos. Esta área es la encargada de potenciar en el sujeto la capacidad
de autonomía y de autosuficiencia, depende mucho del refuerzo
contingente y de la autoestima (seguridad), es decir, de si al niño de le
refuerza en aspectos tales como la experimentación y no se le inculca miedo al
fracaso (entendido este como la comisión de errores).
Hábitos:
Aquellas conductas que se establecen de forma
permanente y que tiene una finalidad definida, y que además son altamente motivantes
para el sujeto o se han constituido como inherentes a si mismo, debido a su
reiteración y refuerzo contingente. Los hábitos pueden ser beneficiosos
(deporte) o nocivos (alcohol), el hecho de que una persona se inicie y habitúe
a una conducta depende mucho del concepto (creencia) que dicha persona tenga de
dicha conducta y de su aceptación social. En este sentido, personas
que desean ser aceptados socialmente y con un autoconcepto deteriorado de sí
mismos, pueden buscar la aprobación y aceptación social a través de
ciertos hábitos de consumo, que asocian a prestigio entre sus iguales (fumar en
los adolescentes). De esta manera, el hábito dota al individuo de una falsa
seguridad.
Motivación
y disposición:
O la fuerza que toda persona tiene para iniciar,
mantener y lograr un objetivo. Puede venir del exterior (extrínsexo),
si su objetivo es alcanzar un bien o meta externa al sujeto (un puesto de
trabajo) o del interior, si la fuerza para hacer algo surge del propio
individuo, siendo su interés intrínseco (mejora de la
salud).
La disposición positiva para alcanzar algo, está directamente relacionada con la autoestima,
es decir, con la percepción de cada uno y de sus capacidades para conseguir lo
que se desea, por eso hay personas que creen que el esfuerzo y la dedicación son
algo valioso, porque atribuyen a ese esfuerzo la consecución de
sus logros, mientras que otras personas por el contrario creen que no
depende de ellos mismos alcanzar sus metas, sino que existe una serie de factores
externos que no se pueden controlar y que al final son los que deciden las
cosas (la suerte).
Este estilo de afrontamiento, muy
relacionado con las variables de personalidad LCE y LCI (Locus de Control
Externo/Locus de Control Interno), es fruto del aprendizaje, de la
experiencia y de las influencias de las figuras significativas que rodean al
sujeto en su infancia, y por supuesto de como interioriza la persona el
resultado de sus acciones y respuestas
frente a las demandas, retos, etc.
Autoconcepto
y Autoestima:
La forma de verse a uno mismo, el valor que nos damos a nosotros mismos como
personas en relación a los demás. Creer que uno es igual, inferior o superior a
los demás determina la forma de relacionarse con los otros, condiciona
sobremanera los modos de relación interpersonal, afecta en la manera de
interpretar las relaciones, las conversaciones y los contextos. Influye en cómo
nos sentimos en las relaciones de pareja, en
el trabajo, tiempo libre…etc. Es un agente modulador de las emociones,
potencia el desarrollo de hábitos beneficiosos o nocivos, impulsa la conducta
prosocial o antisocial, la empatía y asertividad o la hostilidad y violencia, fomenta
estilos de afrontamiento adaptativos o desadaptativos (basados en
reacciones defensivas), es el desencadenante de síntomas psiconeuróticos y
psicosomáticos o de estados de bienestar y salud. La autoestima es todo y la
autoestima se basa en el aprendizaje acerca de como ver el mundo y de cómo
vernos a nosotros en ese mundo, un mundo lleno de oportunidades en el
que podemos participar, aportar y crecer o un mundo hostil del cual nos tenemos
que defender y ante el que no podemos
hacer nada para cambiarlo.
Por eso los complejos, el sentido de
inferioridad, el ver a los demás como mejores que a uno mismo, el verse en
inferioridad de condiciones, incapaz y lleno de carencias, permite el
desarrollo de sesgos cognitivos, en los cuales, la persona tiende a infravalorarse y a ver solo lo negativo,
al tiempo que atribuye a sí mismo la causa de los problemas y el éxito a los
demás. Este tipo de sesgos cognitivos (aprendidos y heredados de la familia),
tienden a generar un estado de indefensión aprendida (causa
fundamental de la depresión) que se caracteriza por la sensación de inutilidad
e incapacidad para cambiar las cosas y afrontarlas con éxito. Todo esto es
aprendido.
La
memoria:
Es la facultad mediante la cual todo aquello
que percibimos queda registrado, siempre y cuando se haya dando algunas
circunstancias necesarias e intermediadoras como son, la atención dirigida y
sostenida y que la información obtenida sea del interés del sujeto participante
(significatividad
y sensibilidad).
Así pues, a
lo largo de los años vamos almacenando una gran cantidad de información acerca
de nosotros mismos y de nuestra forma de actuar y de relacionarnos con los
demás. Dicha información se ve sometida ajuicio constantemente en términos
de eficacia e idoneidad (según nuestros propios principios morales y
éticos) y vamos reconstituyendo así nuestro propio autoconcepto y autoestima,
sintiéndonos más o menos conformes (satisfechos) y de acuerdo con nosotros
mismos y sobre todo con las expectativas que teníamos respecto a nuestra vida y a nuestro
futuro. Este ejercicio de introspección constante, tiene dos finalidades, la primera valorar si lo que hacemos
y lo que hemos hecho es lo que deseábamos y queríamos hacer y segundo, en caso de ser incongruente
con nuestro proyecto vital, iniciar acciones correctoras, es decir cambios
que nos lleven a una vida más coherente con nuestros principios y valores, conscientes
de que solo así podremos aspirar a la felicidad.
Por eso, el
aprendizaje y en último término la memoria, son los principales agentes
que determinan el devenir del ser humano, conforman su identidad y dirigen su
conducta, y es en los principios del
aprendizaje en los que se sustenta la potencial
facultad de la terapia psicológica para iniciar el cambio curativo, es
decir, en el reaprendizaje por una parte y en la asimilación, comprensión
y aceptación
de nuestras experiencias dolorosas.
Fdo. Ignacio González sarrió.
Psicólogo. Psicoterapeuta.
696102043.
Comentarios
Publicar un comentario