ABUSO SEXUAL INFANTIL Y SUS CONSECUENCIAS.


Abuso sexual infantil: una revisión de los
síntomas asociados con el trastorno por
estrés postraumático.
 
Datos del autor y referencia bibliográfica:

Rev.: Informació Psicológica.nº 101 • gener-abril 2011 • pàgines 40-48. Elena Baixauli Gallego. Profesora Asociada del Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos. Universidad de Valencia.


Definición de abuso sexual:
 
El National Center of Child Abuse & Neglect en 1978 (Browne & Finkelhor, 1986), propuso una innovadora definición sobre el abuso sexual infantil: existe abuso sexual infantil en los contactos e interacciones entre un niño y un adulto, cuando el adulto (agresor) usa al niño para estimularse sexualmente él mismo, al niño o a otra persona.

El abuso también puede ser cometido por una persona menor de 18 años, cuando éste es significativamente mayor que el niño (la víctima) o cuando está (el agresor) en una posición de poder o control sobre otro menor (Baixauli, 1998).

Abuso sexual infantil y trastorno de estrés postraumático

Los efectos psicológicos asociados con antecedentes de abuso sexual infantil tienden a ser relativamente graves y de larga duración.

Para mayor claridad, se clasifican de la siguiente manera: 1. Los síntomas de estrés postraumático; 2. Efectos emocionales; 3. La auto-percepción; 4. Los efectos físicos; 5. Efectos sexuales; 6. Interpersonales  y el funcionamiento en relación; 7. Efectos sociales y del funcionamiento. 

1.    Los síntomas de estrés postraumático son los síntomas de reexperimentación intrusiva, la respuesta de embotamiento, hiperexcitación, sobresalto, trastornos del sueño, etc, así como las características y mecanismos disociativos, como la amnesia psicógena, fuga, desrealización y despersonalización.
 
2.    Los efectos emocionales incluyen depresión, ansiedad, y las condiciones tales como las tendencias suicidas, ataques de ansiedad y las fobias. Las emociones tales como tristeza, culpa, ira, miedo, sentimientos de desesperanza, la desesperación, el vacío, el desapego emocional, y la confusión también se han relacionado con el abuso sexual infantil.
 
3. Las auto-percepciones son predominantemente negativas e incluyen baja autoestima, vergüenza y culpa, así como las distorsiones cognitivas y una tendencia hacia el suicidio y la automutilación.
 
3.    Los efectos físicos, derivados de los daños directos e indirectos sufridos durante el abuso, incluyen los efectos fisiológicos y neurológicos. Una serie de lo que parecen ser las quejas de somatización también se han encontrado asociadas con una historia de abuso sexual infantil. Ambos tipos de estos efectos se han asociado con los trastornos que afectan el sistema inmune, nervioso central, endocrino, digestivo, reproductivo y respiratorio, así como otros sistemas. 

4.    Los efectos sexuales incluyen surgimiento sexual en la adolescencia y la adultez temprana, la confusión sobre la identidad sexual, orientación, y la sexualidad, así como las disfunciones sexuales que van desde la extrema aversión al sexo a la adicción sexual y compulsividad, la culpa y la vergüenza relacionadas con el sexo.
 
5.    Las relaciones interpersonales y el funcionamiento social incluyen un deterioro de la capacidad de confiar en otros, una tendencia a sentirse aislados y alejados de los demás, el deseo de anonimato, dificultad en la formación de vínculos sanos adultos y una tendencia a ser víctimas por segunda vez en las relaciones de poder del adulto (por ejemplo, miembros de la familia, su pareja, terapeutas, profesionales de la salud, el clero). 

6.    Los efectos sociales y problemas de funcionamiento pueden variar ampliamente, desde el aislamiento social y la constricción interpersonales, a la rebelión y el comportamiento antisocial y la interacción social compulsiva. Se incluyen en esta categoría los déficits cognitivos y discapacidades, una amplia gama de problemas de comportamiento, las adicciones y compulsiones de todo tipo, trastornos de la alimentación, la elección profesional y la actividad laboral. 

Los cuadros sintomáticos que emergen con más fuerza y coherencia incluyen aquellos asociados a conflictos emocionales y relacionales; hiperactivación autonómica (síntomas somáticos, afectivos, descontrol, la ansiedad crónica); recreación de la conducta temprana, a menudo relacionada con el trauma y la participación de los recuerdos no cognitivos (evitar por ejemplo la conducta sexual, las respuestas de sobresalto, fobias); los intentos de gestión de sobreexcitación o entumecimiento/desrealización (depresión, entumecimiento emocional o plano, la evitación de relaciones, la disfunción sexual, la amnesia psicógena, autolesiones, compulsiones y adicciones), y la disociación (separación, las distorsiones de la memoria y la cognición, flashbacks). Además de estos efectos secundarios y los síntomas, el incesto y otros abusos sexuales han sido específicamente identificados como factores de riesgo comunes en una variedad de diagnósticos psiquiátricos. Estos diagnósticos son: el trastorno límite de personalidad, los trastornos afectivos, trastornos de la alimentación de diversa gravedad en un subgrupo de pacientes maltratadas, trastornos disociativos, incluyendo el trastorno de identidad disociativo, trastorno de estrés postraumático y abuso de sustancias y otros trastornos adictivos (Alpert y colaboradores, 1998). 

Se han identificado cinco características consistentes clínicas de la reacción de estrés traumático: (a) constricción de funcionamiento de la personalidad, (b) reflejo de sobresalto exagerado y la irritabilidad, (c) la fijación sobre el trauma psíquico, (d) las experiencias atípicas del sueño, y (e) propensión a reacciones explosivas y agresivas.
 
La fase de respuesta implica la hiperactividad intrusiva, hiperactivación, las respuestas de sobresalto, explosivos arranques agresivos, recuerdos intrusivos (a menudo en forma de pesadillas y  flashbacks), y representaciones de situaciones que recuerdan el trauma.  

Muchos sobrevivientes del trauma describen los intentos activos para adormecer sus reacciones durante y después del trauma, un proceso que parece afectar a los procesos de su posterior recuperación y puede presagiar el desarrollo posterior del Trastorno por estrés Postraumático (Alpert y colaboradores, 1998). 

Las respuestas de cada individuo al trauma son muy diferentes. Algunos individuos parecen  que sean más resistentes, mientras que otros sufren las secuelas negativas del abuso durante años. 

Por último, también existe controversia en la literatura sobre lo que constituye un evento traumático. La lista de criterios diagnósticos se amplía a dos criterios para los trastornos postraumáticos. Los trastornos de tipo I pertenecen a la exposición a un acontecimiento traumático único, y los trastornos de tipo II pertenecen a las experiencias múltiples, con alto estrés, tales como el abuso sexual.  

En la actualidad, existe una escasez de medidas para los niños menores de 9 años. La etiología, la patogénesis y el curso del TEPT en los niños víctimas de abuso sexual sigue siendo poco clara. 

La respuesta individual subjetiva al trauma se refiere a las reacciones del individuo, que se producen en cinco ámbitos principales: emocional, cognitivo, de motivación, neurofisiológicos y adaptación. La persona traumatizada puede tener respuestas en uno o en todos de estos dominios continuamente, de forma esporádica, o de manera retardada durante toda la vida. 

La última dimensión en el modelo interactivo es la adaptación tras el traumatismo, que se refiere a la condición post-traumática de la persona en el período inmediatamente posterior y a largo plazo. Los tres tipos de adaptaciones son: aguda (patológica o no patológica), crónica (patológica o no patológica) y el impacto en el ciclo vital de desarrollo (aceleración o retroceso del desarrollo personal, patológico o no patológico).

Las reacciones de este tipo pueden ser de suficiente fuerza o duración para justificar un diagnóstico de Trastorno de estrés agudo, Trastorno de estrés postraumático, Trastornos disociativos o Trastorno de la personalidad (el más común el trastorno límite de personalidad). 

Las reacciones son especialmente propensas a ser graves o de larga duración cuando el agente estresante es de diseño humano y, por tanto intencional y no accidental (por ejemplo, asalto, tortura, violación, familia violencia) y, además, la probabilidad de desarrollar Trastorno de estrés postraumático puede aumentar a medida que se relacione la intensidad y la proximidad física con el aumento de estrés, una situación encontrada en todas las formas de violencia familiar.

Los cambios fisiológicos asociados con el Trastorno de estrés postraumático están íntimamente conectados a esta fenomenología psicológica. Los cambios incluyen alteraciones de la regulación de hormonas de estrés, hiperexcitación del sistema nervioso autónomo, los niveles crónicos de aumento de cortisol, y los cambios en el sistema nervioso central (SNC) de catecolaminas, la serotonina y los sistemas endógenos opioides.

La investigación sugiere que la traumatización puede conducir a alteraciones permanentes y mensurables en la neurofisiología y la neuroquímica del cerebro que con seguridad puede dar cuenta de la producción de hiperactivación crónica y síntomas intrusivos asociados con el Trastorno de estrés postraumático. 

 
Autor del blog: Ignacio González Sarrió.
Psicólogo. Psicoterapeuta y Perito Forense. Miembro del Turno de Oficio de Psicólogos Forenses del Colegio Oficial de Psicólogos. Especialista en Psicología Clínica y de la Salud.
696102043.
 

 

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