VIOLENCIA DOMÉSTICA, DIVORCIO Y ADAPTACIÓN PSICOLÓGICA
VIOLENCIA DOMÉSTICA, DIVORCIO Y
ADAPTACIÓN PSICOLÓGICA. (Cantón, Cortés, Justicia y Cortés, 2013).
PERSPECTIVAS TEÓRICAS
SOBRE EL IMPACTO DE LOS CONFLICTOS PARENTALES EN LOS HIJOS (RESUMEN)
En
la familia, el niño se encuentra inmerso en el contexto de la relación de
pareja, por lo que, tanto la armonía como el conflicto en la misma, le influirá
ya sea directa o indirectamente. El resultado de esta influencia en la
adaptación del niño, en sus habilidades relacionales con otros contextos como
el colegio, con figuras de autoridad o en relaciones de pareja; dependerá de
variables individuales, pero se ha demostrado la relación entre disfunción
matrimonial y adaptación del niño, observándose que muchos menores con
problemas conductuales residen en hogares conflictivos, siendo especialmente
infuyente la percepción que el niño
tiene de estos conflictos. Sin embargo, debemos considerar también el papel de
variables propias del conflicto (frecuencia, intensidad, contenido, resolución)
como moderadoras de su efecto, así como otras variables del niño (sexo,
estrategias de afrontamiento utilizadas, valoración que hace del conflicto,
seguridad emocional como reguladora de la respuesta) (Cummings y Davies, 2010).
El
conflicto, o discrepancias entre los padres, puede ser constructivo (debate sereno, apoyo, afecto) o destructivo
(agresión física o verbal, evitación del contacto), dependiendo de la cualidad
positiva o negativa que promueve en la reacción emocional de los niños
(Cummings y Schatz, 2012). El conflicto constructivo puede incluso favorecer el
desarrollo de estrategias de resolución de problemas o afrontamiento (Grych,
2005).
Desde
la perspectiva del procesamiento de la información encontramos cuatro
mecanismos explicativos de la relación entre conflicto matrimonial y adaptación
de los hijos:
1. La teoría del modelado:
El
niño extrapola las conductas las conductas agresivas empleadas por los
progenitores en el conflicto, aplicándolas inadecuadamente como modo de interacción social y resolución de problemas.
Además, frente a este modelo
desadaptativo, se inhibe el desarrollo de estrategias más apropiadas, pudiendo
dar lugar a problemas de conducta, sobre todo si la observación de conflictos
es frecuente para el niño.
2. Disrupción del sistema familiar:
La
teoría de los sistemas familiares considera a la familia como un sistema
familiar que engloba el subsistema matrimonial (siendo éste el fundamental),
el de padres-hijos y el fraternal. Según
este modelo, es el deterioro en la relación parento-filial lo que provoca
indirectamente dificultades de adaptación en los hijos, suscitado por los
problemas en la pareja.
La
hipótesis de la transferencia emocional (“spillover”) recoge que la tensión
presente en el subsistema de la pareja cuando hay un enfrentamiento agresivo se
transmite también a la interacción de cada progenitor con los hijos (Stroud,
Durbin, Wilson y Mendelsohn, 2011; Sturge-Apple, Davies y Cummings, 2006).
En
otros casos, el niño queda atrapado en el conflicto entre sus padres (triangulación).
Las consecuencias para el niño de esta
disrupción del sistema incluyen un posible conflicto de lealtades, cuando uno
de los progenitores se alía con él y lo utiliza contra el otro; ser utilizado
por ambos como mediación; o servir de diana al transferirse la agresividad
entre los padres. Igualmente, aparecen consecuencias emocionales como la
necesidad de implicarse en los conflictos parentales; sentimientos de ansiedad,
indefensión o confusión cuando se les fuerza a tomar partido por uno de los progenitores;
o refuerzo de conductas disruptivas si han resultado funcionales para detener
la disputa.
Las
prácticas de crianza son otro elemento mediador afectado por el conflicto
parental, que influye negativamente en la sensibilidad de los padres a las necesidades
de los niños (Goldblatt y Eisikovits, 2005), pudiendo afectar al aumentar el
estrés de la madre –que estará menos disponible emocionalmente para sus hijos-,
conducir a prácticas disciplinarias más negativas; o causar una inconsistencia
en la aplicación de las mismas, que
puede manifestarse en diferentes prácticas de disciplina por parte de cada
progenitor, a causa de una mala comunicación y discrepancias entre ellos;
empleo de distintas prácticas por un mismo progenitor, dependiendo de si se encuentra
presente el otro; inconsistencia entre
las reglas existentes y la aplicación de las consecuencias establecidas; y
contradicciones en las reglas y mensajes hacia el niño.
El
conflicto matrimonial puede afectar, también, a las relaciones afectivas parento-filiales
negativamente. Las disputas pueden agotar
emocionalmente a la pareja, disminuyendo su habilidad para identificar y
responder a las necesidades emocionales, o incluso físicamente,
imposibilitándoles ser afectuosos en la interacción (Sturge-Apple, Davies y
Cummings, 2006). Una mala relación entre padre e hijo puede suponer el
desarrollo de un apego inseguro en el niño, y éste, problemas de adaptación y
una valoración más amenazante para su bienestar del conflicto, en comparación a
otros niños con un apego seguro (Davies y Cummings, 1994).
3. El modelo cognitivo-contextual
de Grych y Fincham (1990; 2001).
Desde
esta perspectiva, el niño es un sujeto activo que intenta entender, evaluar y
afrontar el estrés generado por la observación de conflicto, extrayendo
información sobre la negatividad, amenaza y relevancia del mismo.
El
procesamiento primario de esta información provoca la toma de conciencia del
niño, siendo tanto la cognición como la valoración afectiva sobre la amenaza,
las moduladoras de la respuesta del niño, que variará también en base a sus
características personales (temperamento del menor, experiencia y
nivel evolutivo). La evaluación primaria se ve influida por las
características del conflicto (intensidad, contenido, duración y resolución) y
del contexto en que se produce. El contexto próximo serán los pensamientos y
sentimientos del niño pre-evaluación del conflicto, siendo especialmente
relevantes sus expectativas sobre el mismo y su estado anímico en ese momento.
El contexto distante serán factores relativamente estables como la experiencia
previa con disputas parentales, el clima emocional del hogar, el temperamento y
el género del niño.
En
el procesamiento secundario del conflicto, el menor busca entender las causas
del mismo (realizando una atribución causal y otorgándole la responsabilidad de
la disputa a alguien), decide y emplea las estrategias de afrontamiento tras
valorar la eficacia esperada de cada una de las respuestas. Los factores
influyentes en el procesamiento secundario, serán, además de las
características del conflicto y el contexto, el nivel inicial de activación
emocional del niño. La atribución causal del conflicto a un factor interno del
propio menor, o a factores globales y estables, generará efectos más negativos
que la atribución a causas inestables y específicas; además de guiar posibles
juicios sobre la responsabilidad del agente causal dependiendo de la motivación
o intencionalidad que le adjudican. La atribución a factores externos,
conduciría a menores expectativas del niño sobre su habilidad de afrontamiento,
dependiendo también dichas expectativas de su experiencia previa y activación
emocional, ya que una valoración de mayor amenaza aumenta el afecto negativo y
reduce las expectativas de resolución. Finalmente, las estrategias empleadas
pueden ser directas, intentando alterar el suceso conflictivo mediante
intervención personal, o indirectas, tratando de reglar su propia respuesta
afectiva. La conducta del menor puede reducir el conflicto (manteniéndose la
implicación del niño en las disputas mientras resulte funcional) pero también
provocar una adaptación inadecuada; siendo, por tanto las atribuciones y
estrategias disfuncionales factores muy influyentes en los problemas
adaptativos de los niños en hogares conflictivos.
4. La hipótesis de la seguridad
emocional:
Partiendo
de la teoría del apego del Bowlby y del marco cognitivo-contextual (Grych y
Fincham, 1990), Davies y Cummings (1994, 2010), elaboran que la seguridad o
inseguridad emocional del niño es el resultado de su experiencia previa con los
conflictos parentales, y que es un factor principal en sus reacciones
posteriores. La seguridad emocional se define como la consideración de que “los
vínculos familiares son positivos y estables, incluso ante estresores diarios”
(Cantón y cols., 2013) y de que el niño cuenta con la atención y disponibilidad
emocional de los miembros. Esta seguridad/inseguridad emocional del niño
modulará “su reactividad emocional, la habilidad para regular su exposición a
los conflictos y las representaciones internas sobre sus padres, sobre ellos
mismos y sobre el mundo social”.
Para
Davies y Cummings (1994), la seguridad emocional no sólo se deriva del tipo de
apego desarrollado por el niño, sino también de la calidad de las relaciones
matrimoniales. El apego seguro (basado en el afecto, la sensibilidad y la
estabilidad de las relaciones) promueve mayores sentimientos de seguridad,
mejores representaciones del yo y de los otros, y amortigua los sentimientos
negativos en situaciones conflictivas. Por otra parte, las disputas parentales
amenazan el sentimiento de seguridad del niño, y con éste, a su adaptación. Por
tanto, la reacción y actuación o conducta del niño, ante la valoración del conflicto
como algo destructivo, tiene como objetivo disminuir el sentimiento de
inseguridad emocional; señalando así el rol mediador de la afectividad sobre el
afrontamiento.
Las
funciones de la seguridad emocional en los niños se reflejan en tres procesos:
la regulación de emociones (una mayor exposición a disputas puede conllevar
mayor reactividad emocional; respuestas de ira, miedo o estrés; y problemas de
adaptación), la función motivadora para regular su exposición al conflicto y la
conducta paterna (bien mediante la intervención conductual directa, o bien con
evitación; pudiendo fomentar ambas una conducta disruptiva), y la
representación cognitiva de las relaciones familiares (expectativas negativas o
inseguras sobre las implicaciones del conflicto, que conllevan diversos temores
para el niño).
En
esta teoría, resalta también la función de otros factores como el apoyo (como
fomentador de habilidades de regulación emocional en el niño, de autoconfianza
y autoeficacia), la afectividad (asociada a la disminución de la reactividad
emocional frente a los conflictos) y de la disponibilidad de los padres.
Los
conflictos matrimoniales afectan directamente a la seguridad emocional de los
niños y a su reactividad emocional frente a las disputas, que es mayor si el
conflicto no se resuelve. Las reacciones emocionales negativas se relacionan con síntomas internalizantes y
externalizantes, con mayores niveles de estrés en el hijo y valoraciones
negativas del enfado de los adultos; convirtiéndose así la seguridad emocional
del niño en una variable explicativa de su adaptación.
5. La teoría de las emociones
específicas:
En
este modelo, son las valoraciones del niño sobre el significado que la disputa
tiene para la consecución de sus objetivos (sean amplios o específicos) las que
provocan reacciones emocionales específicas. Cuando un objetivo es evaluado por
el menor como bloqueado, inalcanzable o amenazante, surgen en él sentimientos
de ira, tristeza o miedo, respectivamente, que se relacionan con patrones de
desajuste psicológico y con posteriores problemas de adaptación internalizantes
o externalizantes, mostrando conductas agresivas o de bien, de retraimiento en
el niño.
Fdo. Ignacio González Sarrió.
Psicólogo. Terapeuta y Perito Forense.
grupopsico@cop.es
696102043.
Valencia.
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