CONFLICTOS DE LEALTADES EN LOS HIJOS DE PADRES SEPARADOS.
Cuando
se produce la ruptura conyugal o de pareja y ésta no supone el final del
conflicto sino, más bien, un nuevo escenario en el que perpetuar la disputa, no
es difícil que los hijos acostumbrados al juego de alianzas, se vean en la
necesidad de asegurar el cariño de, al menos, uno de los padres. La separación
es siempre dolorosa y supone un claro riesgo de pérdidas afectivas. Los niños
lo saben y, en ocasiones, reaccionan con un natural sentimiento de abandono
respecto al progenitor que se va, aunque no pueden entender del todo sus
motivos, y con un intenso sentimiento de apego emotivo hacia el progenitor que
se queda, al que protegen y piden protección (Bolaños, 1994; 1995b; 1998d).
Conseguir
el apoyo incondicional de los hijos puede convertirse en el objeto del
conflicto y en el referente implícito de la pugna por el poder que mantiene la
pareja. Los niños reciben presiones, habitualmente encubiertas, para acercarse
a una y otra posición y, si no toman partido, se sienten aislados y desleales
hacia ambos progenitores; pero si lo hacen para buscar más protección, sentirán
que traicionan a uno de los dos.
El
conflicto de lealtades fue descrito
inicialmente por Borszomengy-Nagy (1973) como una dinámica familiar en la que
la lealtad hacia uno de los padres implica deslealtad hacia el otro. El
resultado puede ser una “lealtad escindida” en la que el hijo “tiene que asumir
incondicionalmente su lealtad hacia uno de los progenitores en detrimento del
otro”.
Otros
conceptos que podrían apoyar la comprensión de este problema son los mensajes
doblevinculantes, la triangulación o el cisma marital.
El
doble vínculo fue expuesto por
Bateson, Jackson, Haley y Weakland en 1956 para entender la estructuración de
los mensajes en las familias de esquizofrénicos. Este término tiene componentes
que, salvando las distancias, pueden aplicarse a determinadas situaciones
relativas a las rupturas conflictivas. El mensaje verbal explícito “tienes que
ver a papá” se contradice con otro, implícito, de “no lo veas”. Para el niño
está en juego el miedo a la pérdida del afecto.
La
triangulación, definida por Bowen
(1998), describe cómo, siempre que existe un conflicto entre dos personas, éste
puede ser obviado o enmascarado al generarse un conflicto entre uno de los dos
y un tercero. Cuando aparece el rechazo parece que el conflicto entre los
padres queda en segundo plano, aunque en realidad lo utilizarán para seguir
acusándose mutuamente. Linares (1996) se refiere a la triangulación manipulatoria en él, el niño recibe mensajes
contradictorios que le generan desconcierto y angustia básica.
El
cisma marital fue propuesto por Lidz
y colaboradores en los años 60 como el efecto a largo plazo de una escalada
asimétrica. Cada uno de los miembros de la pareja se dedica a desprestigiar al
otro delante de los hijos, creándose dos bandos familiares enfrentados en los
que los niños participan activamente.
En
sus resultados sobre los efectos del divorcio en los hijos, Wallerstein (1989)
describe cómo muchos niños consideran la ruptura como una riña entre dos
bandos, donde el más poderoso es el que gana el derecho a permanecer en el
hogar. En distintos momentos apoyan a uno o a otro. Aunque los padres traten de
que los hijos no tomen partido, éstos sienten que deben hacerlo. Pero cuando lo
hacen para sentirse más protegidos, también experimentan desazón porque están
traicionando a uno de los dos. Si no toman partido, se sienten aislados y
desleales hacia ambos progenitores. Es un dilema sin solución. En el extremo,
esas situaciones pueden convertirse en lo que esta autora denomina
metafóricamente “síndrome de Medea”. Se trata de padres que dejan de percibir
que los hijos tienen sus propias necesidades, y comienzan a pensar que el niño
es una prolongación de ellos mismos. Los pensamientos –me abandonó- y –nos abandonó
a mí y a mi hijo-, se convierten en sinónimos y llega un momento en que el
padre o la madre y el hijo parecen una unidad funcionalmente indivisible ante
el conflicto. Puede que el niño sea usado como agente de venganza o que la ira
impulse a uno de los padres a –robar o secuestrar-el hijo.
Johnston
y Campbell (1988) utilizan el término “alienamiento” para referirse a las fuertes preferencias hacia uno de los
progenitores que inevitablemente alejan a los hijos del otro. Esta estrecha
relación no necesariamente es el producto de actitudes manipulativas sino de la
capacidad empática del progenitor “alienante”. Por el contrario, Garrity y
Baris (1994) caracterizan a este padre/madre como falto de empatía, inflexible y con
escaso conocimiento de los efectos de su actitud sobre los hijos. En cambio
Lampel (1996) encontró niveles similares de rigidez, defensividad y represión
emocional en ambos padres, planteando que los hijos tienden a alinearse con
aquel al que sienten más abierto, capaz y solucionador de problemas.
Buchanan
y col. (1991) describen el proceso a través del cual los hijos se encuentran
atrapados entre los padres. En su estudio con adolescentes encuentran que los
altos niveles de conflicto y hostilidad entre los padres, así como una baja autoestima
cooperativa predicen este estado en los hijos. El intenso conflicto
interparental altera la interacción familiar de manera que los hijos se ven
atraídos al interior, al mismo tiempo que se sienten temerosos por los efectos
que una estrecha relación con uno de los padres puede provocar en el otro.
Distintos
autores difieren sobre las edades en que los hijos son más proclives a los
conflictos de lealtades. Johnston y Campbell (1998) plantean que son más comunes entre los 6 y
los 8 años, disminuyendo entre los 9 y los 11, momento en que los niños tienen
una mayor capacidad para formar alianzas con uno y otro progenitor. Buchanan y
col. (1991) identifican la adolescencia como el momento más propicio para que
los hijos se sientan atrapados en el conflicto de sus padres. Waldron y Joanis
(1996) señalan que los niños entre 8 y 15 años son los más vulnerables, y Wallerstein
(1989) entre los 9 y 14.
En
cuanto a las diferencias de género, parece haber coincidencia en que los niños tienen
más probabilidad que las niñas de verse implicados en conflictos de lealtades
(Johnston y Campbell, 1988), aunque se ha matizado (Buchanan y col., 1991) que,
en general, los niños que viven con el progenitor de sexo opuesto son los más
predispuestos (habitualmente los varones) debido al equilibrio entre la
fidelidad al progenitor del mismo sexo (habitualmente el padre) y al cuidador
habitual (habitualmente la madre).
Así
pues, los sentimientos naturales del niño, unidos a la doble presión afectiva
que recibe, pueden llevarse a mostrar un claro rechazo hacia uno de los padres,
habitualmente el que se fue o, más exactamente, el que ha ejercido su presión
con menor eficacia, al mismo tiempo que parece proteger al otro. Con su postura
garantiza su afecto mediante un proceso de “identificación defensiva” (Chethik
y col., 1986) y, al mismo tiempo, expresa su protesta ante una realidad que no
puede aceptar.
Ref. Bolaños C., Ignacio. Estudio descriptivo del Síndrome de Alienación Parental en procesos de Separación y Divorcio. Diseño y aplicación de un programa piloto de Mediación Familiar. Tesis doctoral. Departamento de psicología de L´Educació. Facultad de Psicología. Universidad Autónoma de Barcelona. Barcelona, 2000.
Fdo. Ignacio González Sarrió.
Excelente! Pero para los jueces, legisladores y trabajadores de la justicia, entender esto y aplicarlo en bien de los niños,parece ser un esfuerzo mental que no esta dispuestos a hacer por comodidad o, directamente, desidia.
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